Hay algo en la noche que se siente como un disparo.
Sola en la habitación,
con las ventanas abiertas,
se presiente una ciudad que devora.
Se come todo.
Hasta el viento tiene hambre.
Pero no son los fantasmas,
ellos no transitan la noche.
En la oscuridad,
las cosas adquieren su verdadera forma.
Ahora,
veo a la lámpara tal cual es
y tengo miedo.
La cosa y su forma.
Pececitos de colores que acá no aparecen.
¿Quién supìera notar el equilibrio de todas las cosas?
El hedor del árbol,
la luz de la calle,
el baile ardiente.
Todo eso se oculta mientras dura el día.
El miedo es como la vejez: llega y te convence.
Las canciones que esos tipos cantan en la esquina
son honestas.
Ellos se animan a enfrentar al mundo porque cantan.
Sus voces son nuevas,
todavía no conocen el miedo.
Pero desde esta habitación
y desde esta soledad que huele a noche
sólo queda dibujar todas las cosas.
Porque ahora puedo verlas con claridad.
Las cosas son perfectas.
Las cosas me dan miedo.
Hay que cantar cuando la voz tiembla.
Y no esperes el día.
La luz complica y destiñe todos los sonidos.
La voz está en la selva:
qué idiotez ir a buscarla.
Pececito que no duerme es dueño de todas las Cosas.
Dejad que las cosas vengan a mí
y no las detengan.
Que venga la voz,
el miedo,
y por fin, el silencio.
Y después,
después ya basta.