miércoles, 8 de mayo de 2013

A veces el poema es corto


A veces,
el poema es corto
y la pena, enorme.

Tomo trenes,
eternos,
lejanos,
para acercarme un poco hacia vos.

Por la ventana sólo se ven árboles.

También algunas casas viejas.
Toda mi tristeza no entraría
en una casa vieja.

Está amaneciendo.
Amanece.

Un hombre se sienta a mi lado.
Tiene una bolsa en la mano,
la abre.
Saca un pedazo de pan y lo mastica.

El cuerpo de Cristo.

Amanece
y el hombre hace migajas en el asiento de un tren
con el cuerpo de Cristo.

Yo lo miro y quiero abrazarlo.

Él también está solo.

La tristeza de este hombre y la mía
podrían cubrir todos estos campos.

Este país está lleno
de campos cubiertos con tristeza.

Los pobres y los solos
comemos mucho pan para purificarnos.

Para que nuestro cuerpo y el de Cristo
sean uno.

Para romper un poco la soledad.

A veces,
el poema se extiende.
Crece.
Y cuánto más crece el poema,
más crece la pena.

Todo esto no sirve para nada
pero hay que hacerlo.

Dicen los amigos que hay que hacerlo.

Ellos no entienden nada de la tristeza.
Ni de Cristo.
Ni de la pobreza,
ni del pan duro que me rompe las muelas,
que no me sana.

Sólo quisiera comulgar en una misa,
hacer comunión para no estar sola.

Pan y agua todo el día.
De noche.

Porque no tengo plata.
Porque quiero purificarme de vos,
de todos.

El hombre extiende su mano derecha
y me convida un mate que preparó.

Estoy salvada.

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